
Hace 150 años, más exactamente el 1 de marzo de 1872, el 18° presidente estadounidense, Ulisses Gant, rubricó la ley llamada The act of dedication, mediante la cual se establecía por primera vez en el mundo una figura de protección que sigue vigente: el parque nacional.
Un parque nacional es un espacio protegido que se caracteriza por tener un alto valor tanto ecológico como científico, y por tener rasgos que sean representativos de la región biogeográfica en la que se encuentra.
La figura de parque nacional pronto fue aplicada al Parque Nacional Real, en Australia, en 1879, y en 1890 se funda el Parque Nacional de Yosemite, en California.
En el resto del mundo comienza a aplicarse ya entrado el siglo XX, y España establece su primer parque nacional en 1918, en los Picos de Europa. Actualmente, España cuenta con 16 parques nacionales. Pero todo comenzó hace 150 años, en una extensa área natural situada entre los estados de Idaho, Montana y Wyoming, el parque nacional de Yellowstone, un territorio que se conoce como el gran ecosistema de Yellowstone.
Esbozo del ecosistema de Yellowstone
El parque nacional presenta hasta 1700 especies de plantas nativas, de las que destacan los bosques de coníferas, que ocupan el 80 % de la superficie del parque. De las ocho especies que conforman estos bosques, la más representativa es el pino lodgepole (Pinus contorta). También tiene una gran importancia el río Yellowstone, que atraviesa el parque, con su vegetación de ribera, refugio de gran cantidad de criaturas.
Entre los animales que habitan el parque hay 285 especies de aves, incluyendo acuáticas y rapaces, y 67 especies de mamíferos, entre las que destacan grandes ungulados, como el bisonte, el ciervo canadiense y el alce; el castor y la nutria habitando el río; conejos, liebres, ardillas y marmotas en las riberas; pequeños depredadores, como el carcayú, la comadreja, el zorro, el coyote o el tejón; felinos, como el lince canadiense, el lince rojo y el puma; y los más representativos e icónicos del parque: el oso grizzly, el oso negro y el lobo gris.
La pérdida del lobo de Yellowstone
El lobo gris es, tal vez, la especie más importante en el ecosistema de Yellowstone, y resulta doloroso el cómo se llegó a esta conclusión. En el año 1914, en un intento desafortunado de proteger las poblaciones de alces en Yellowstone, se declaró que los lobos, así como muchos otros depredadores, eran animales indeseables y se asignaron generosas cuantías de fondos públicos para su erradicación. La última manada de lobos del parque fue exterminada en 1926. El exterminio de una especie nativa, completamente integrada en el ecosistema, causó lo que se denominó un efecto en cascada trófica de tal magnitud, que pasó a los libros de historia.
La total ausencia de lobos, principales depredadores de alces y ciervos, provocó el aumento exagerado de la población de estos. En poco tiempo, los grandes ungulados se convirtieron en una auténtica plaga en el parque, mientras se iba perdiendo una cantidad importante de biodiversidad vegetal por la sobreexplotación de estos herbívoros. Los álamos, los sauces y otras formas de vegetación de ribera quedaron reducidos prácticamente a niveles insignificantes.
Sin esos bosques, las aves desaparecieron, y los castores, que necesitaban la madera para construir sus refugios, emigraron a otros lugares. Desaparecidos los castores y sus presas, las nutrias perdieron su hábitat, el río se salió de su cauce desdibujando el paisaje.
Por otro lado, sin los grandes depredadores controlando la población de coyotes, esta se disparó, causando estragos en las poblaciones de pequeños mamíferos, que ya no podían esconderse en la vegetación s, y desplazando por competencia a comadrejas, zorros y águilas.
La primera solución que se planteó en Yellowstone fue el control cinegético de los grandes ungulados. En la década de los 60, partidas de cazadores acudían e a cazar para reducir el número de ciervos y alces. En 1969 se detuvo la caza, confiando en que, de ahí en adelante, la población de grandes herbívoros se regulase por sí sola. Pero nada más lejos de la realidad. En pocos años la superpoblación volvió a ser un problema ecológico.
La cascada trófica
En 1995, tras mucho debate y estudio, finalmente se asumió dónde se encontraba la raíz del problema, y se decidió reintroducir lobos. Aunque fueron unos pocos, sus efectos no tardaron en observarse. No solo comenzaron a cazar algunos de estos grandes ciervos y alces, sino que tuvieron un cambio de comportamiento importante; comenzaron a evitar los cauces, donde estaban más expuestos a los depredadores y en pocos años, la vegetación de ribera se fue restaurando.
Se afianzaron de nuevo los márgenes de un nuevo cauce, distinto al antiguo, y disminuyó la erosión. Con el recurso de la madera nuevamente disponible, regresaron los castores, y con su actividad, estabilizaron el río, permitiendo el regreso de las nutrias. Los nuevos bosques de ribera proporcionaron refugio a las aves que regresaron, y a los pequeños mamíferos herbívoros, presas de los coyotes.
La población de coyotes volvió a estar bajo control, y las comadrejas, los zorros y las águilas, con sus presas ya recuperadas, también volvieron a la región.
Los administradores del parque a principios del siglo XX tenían poca o ninguna idea de las repercusiones que el exterminio del lobo tendría en el ecosistema. Aún no se conocía el concepto de “cascada trófica”, y mucho menos se sabía que podía ir en las dos direcciones. En ese momento, los científicos pensaban que los ecosistemas se construían desde abajo, desde la base de los productores primarios —las plantas—.
Las observaciones en Yellowstone demuestran, sin embargo, que también deben tenerse en cuenta los efectos de arriba hacia abajo, y que de hecho, pueden tener un papel crucial en el ecosistema. Por otro lado, cometieron el error de asumir que un control cinegético podría ser suficiente para alcanzar el equilibrio del ecosistema, sin tener en cuenta que el papel de un superdepredador no es solo cazar, sino también competir con otros depredadores y modular el comportamiento de sus presas.
La invasión humana de los espacios naturales es causa de destrucción de hábitats y extinción de especies. Pero la restauración de los lobos en el primer parque nacional del mundo es un excelente ejemplo de cómo los humanos tenemos el poder de reconocer nuestros errores y hacer cambios para mejorar. Quizá la experiencia en el parque nacional de Yellowstone, que hoy cumple 150 años, pueda darnos un atisbo de esperanza.
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